En Latakia, las villas y el tráfico del clan Al Asad indignan a los sirios
Un camino serpentea la entrada a una villa con vista al mar, entre el césped bien cuidado bordeado de lavanda y una piscina de azulejos. La residencia veraniega del derrocado presidente sirio, Bashar al Asad, en Latakia, el principal puerto sirio en el Mediterráneo, indigna a los visitantes.
"Pensar que se gastaba todo este dinero mientras nosotros vivíamos como miserables", lamenta Mudar Ghanem, de 26 años, de tez cetrina y ojos hundidos, que acaba de ser liberado tras estar detenido 36 días en Damasco por "terrorismo".
Vino el domingo "para ver con sus propios ojos cómo se vivía cuando la gente ni siquiera tenía electricidad", dijo frente a los ventanales de la enorme sala de mármol blanco.
"No me importa si el futuro presidente vive aquí, siempre y cuando cuide a la gente. Que no nos humille", afirma.
La provincia de Latakia es la cuna del clan Al Asad, en el poder desde hace medio siglo, cuyo heredero Bashar acaba de ser derrocado por la ofensiva relámpago de una coalición rebelde.
Las familias comenzaron a deambular el domingo por el centro veraniego del presidente derrocado, custodiado por un puñado de combatientes. Una de las tres villas del presidente Al Asad en las afueras de Latakia, en el Mediterráneo.
Más allá del triunfo de la ofensiva, se siente la estupefacción y la rabia frente a un paisaje calmo, soleado frente a aguas cristalinas.
- Mármol y mosaico -
La casa ha sido completamente saqueada y despojada hasta de los más mínimos detalles, pero el tamaño de las habitaciones y el mosaico antiguo que adorna la entrada dan fe de su opulencia.
Noura, de 37 años, vivía con su familia en estas tierras: "Nos echaron. Nunca más me atreví a volver", cuenta al asegurar que ahora tiene la intención de acudir a los tribunales para recuperar sus bienes.
Como Noura, una semana después de la caída del presidente, la mayoría de las personas que se juntaron el domingo en Latakia están dispuestas a expresarse, pero al dar sus nombres tropiezan con el miedo que todavía inspira el clan que gobernó con mano dura este país durante 50 años.
"Nunca se sabe si volverán", dijo Nemer, de 45 años, que acababa de detener su motocicleta frente a una lujosa villa en el distrito residencial de Al Zeraaha: la residencia de Munzer al Assad, primo de Bashar que lideró una milicia mafiosa conocida por sus abusos y tráfico con su hermano Fawaz, quien murió en 2015.
"Es la primera vez que me detengo aquí, antes los guardias nos perseguían, no nos permitían estacionar".
La casa fue visitada desde el primer día y sus dos pisos saqueados. Nada ha resistido la rabia de la población: fotos familiares rotas, retratos pisoteados, candelabros rotos, muebles robados.
- Dinero sucio -
"Ganamos 20 dólares por mes, yo tengo dos trabajos para alimentar a mi familia", dice Nemer Emer, que recuerda los convoyes que corrían la calle.
En el concesionario "Syria car" del hijo de Munzer, Hafez, sólo queda un automóvil expuesto en la vitrina rota: como no pudieron sacarlo, una multitud fue implacable con la carrocería, las ventanas, los asientos de un auto en el ahora una joven pareja de visitantes finge sentarse detrás del volante.
Pero Hassan Anouar tiene otros planes. Desde la mañana, el abogado de 51 años ha estado inspeccionando el local y recopilando todos los documentos que puedan servir para la justicia: Hafez era conocido por confiscar o comprar los autos que codiciaba muy por debajo de su precio, en detrimento de sus propietarios, explica Anouar.
"Se han presentado varias denuncias", informa. Por encima de todo, "Syria Car" era un vasto lavadero de dinero sucio que enmascaraba el tráfico de la familia, dice.
En la acera, dos transeúntes se detienen sobre una rejilla de alcantarillado, la levantan y extraen con sus manos cientos de pequeñas pastillas blancas: es "Captagon", según ellos, esta droga sintética descubierta en cantidades industriales en todo el país.
Según el abogado, se exportaba desde Latakia en etiquetas de ropa Made in China.
Seguido por dos jóvenes combatientes que acababan de llegar de Idlib, el bastión rebelde, entró en un edificio adyacente a través de una ventana rota de la que salió un joven policía, Hilal, con pistola en la cintura.
En el sótano, Hilal descubrió balanzas nuevas, todavía en sus cajas, "para pesar las drogas", dice, y cajas de pipetas de vidrio, tubos de ensayo y tubos que, según dijo, se usaron para hacer pastillas de metanfetamina.
"Estoy impactado por el nivel de criminalidad", dijo Ali, de 30 años, uno de los jóvenes combatientes de Idlib. "Dios se vengará", predice el otro, Moudar Ghanem.
A.Saggese--PV